Las perlas siempre han sido un símbolo de elegancia y distinción, desde el principio de los tiempos son consideradas una de las gemas más bellas.

Estas magníficas gemas han estado presentes en la más alta sociedad en todas las épocas de la historia, siendo portadas exclusivamente por la nobleza o las clases pudientes. Desde Egipto a Grecia, en la Edad Media o el Renacimiento, las perlas eran la distinción y el poder. 

Tanto fue su explotación que en el S. XVII casi agotaron la población de ostras americanas productoras, y hasta principios del S. XX, solo estaban al alcance de los más ricos. Con su cultivo, han vuelto a estar al alcance de todos.

EL NACIMIENTO DE UNA PERLA

Una perla cultivada nace de la misma forma que una perla natural: en una ostra viva. La perla resultante tiene las mismas propiedades que una perla natural, lo único que cambia es que la cultiva el ser humano dentro de ésta.

El proceso de creación de una perla es sencillo: un agente externo como una partícula de nácar se introduce quirúrgicamente dentro de la ostra, la cual, para proteger su suave cuerpo empieza a recubrirlo con finas capas de nácar, dándole su característica forma redondeada. Tras dos o tres años, el resultado es una preciosa perla cultivada.

Mientras que en la naturaleza la impureza o partícula se introduce en la ostra por accidente, el único cambio de la perla cultivada con el proceso natural es la mano del hombre al introducir el agente externo.

LA PRODUCCIÓN DE PERLAS

Inicialmente, las ostras en las que se realizaba el cultivo se seleccionaban indistintamente, eran silvestres. En la actualidad, se seleccionan las razas con las mejores cualidades para crear una perla perfecta.

Su cultivo se realiza en la mar, siendo extraída la ostra exclusivamente para introducirle el núcleo externo, después se devuelven a la bahía donde se reúnen las cualidades perfectas para que la ostra siga creciendo y alimentándose, en aguas tibias ideales para ellas.

Introduciendo un núcleo específico de cuenta de concha pulida con un tejido protector, la ostra irá cubriéndolo alrededor con capas de nácar; de esta manera, salen unas perlas con un lustre y una claridad inigualable.

Durante su desarrollo, las ostras están en continua supervisión de los técnicos que procuran que las condiciones de crecimiento sean las idóneas para la producción de la mejor perla, cuidándola y protegiéndola de los agentes externos que pudiesen dañar su pureza o calidad.

Aún con todos estos cuidados, normalmente sólo sobreviven el 50% de las ostras cultivadas, muchas no superan la implantación del núcleo, también pueden enfermar, o ser devastadas por los peligros de la mar, como tifones, mareas rojas y depredadores marinos. Por lo que no pueden producirse a volúmenes muy grandes. Y de ellas tan sólo el 5% resultante reúne las cualidades idóneas para que la perla sea una verdadera gema de valor.

PREPARACIÓN DE LAS PERLAS

El proceso de elaboración de piezas de joyería con perlas cultivadas es arduo. Pasa por la selección de las mejores perlas, la perfecta perforación de éstas -ya que una mínima desviación podría arruinar el conjunto de la pieza- y el ensartado y combinado hasta conformar la joya.

Las perlas cultivadas no son idénticas. Encontrar dos perlas que se asemejen lo suficiente como para conformar un conjunto bonito y armónico de un collar o de una pulsera es una tarea difícil, y cuanto más iguales sean entre ellas más valor le confiere a la pieza.

Cada perla tiene su propio color y lustre, una forma y tamaño, así que se necesitan manos expertas que las seleccionen y agrupen. Una vez son seleccionadas se perforan simétricamente con sumo cuidado para no partirlas o arruinarlas. Finalmente, con delicadeza se ensartan y combinan.

Para configurar un solo collar en la que sus perlas cultivadas se asemejen, se han tenido que valorar aproximadamente unas 10.000 perlas, de ahí el alto valor de estas piezas de joyería.